lunes, 25 de agosto de 2008
Los Cantos de Maldoror
Canto I Estrofa VI
Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días. Entonces, qué grato resulta arrebatar brutalmente de su lecho a un niño que aún no tiene vello sobre el labio superior y, con los ojos muy abiertos, hacer como si se le pasara suavemente la mano por la frente, llevando hacia atrás sus hermosos cabellos. Inmediatamente después, en el momento en que menos lo espera, hundir las largas uñas en su tierno pecho, pero evitando que muera, pues si murieran, no contaríamos más adelante con el aspecto de sus miserias. Luego se le sorbe la sangre lamiendo sus heridas, y durante ese tiempo, que debería tener la duración de la eternidad, el niño llora. No hay nada tan agradable como su sangre, obtenida del modo que acabo de referir, y bien caliente todavía, a no ser por sus lágrimas, amargas como la sal. Hombre, ¿nunca has probado el sabor de tu sangre, cuando por accidente te has cortado un dedo? Es deliciosa ¿no es cierto?, porque no tiene ningún sabor. Además, ¿no recuerdas el día que, en medio de lúgubres reflexiones, llevabas la mano formando una concavidad hasta tu rostro enfermizo empapado por algo que caía de tus ojos; la cual mano se dirigía luego fatalmente hacia la boca que bebía a largos sorbos, en esa copa trémula, como los dientes del alumno que mira de soslayo a aquel que nació para oprimirlo, las lágrimas? Son deliciosas, ¿no es cierto?, porque tienen el sabor del vinagre. Se dirían las lágrimas de la que ama apasionadamente; pero las lágrimas del niño dan más placer al paladar. El niño no traiciona pues todavía no conoce el mal, mientras la que ama apasionadamente acaba por traicionar, tarde o temprano...lo que adivino por analogía, aunque ignoro qué son la amistad y el amor (y es probable que nunca los acepte, por lo menos de parte de la raza humana). Y ya que tu sangre y tus lágrimas no te disgustan , aliméntate, aliméntate con confianza de las lágrimas y la sangre del adolescente. Tenle vendados los ojos mientras tú desgarras su carne palpitante; y después de haber oído por largas horas sus gritos sublimes, similares a los estertores penetrantes que lanzan en una batalla las gargantas de los heridos en agonía, te apartarás de pronto como un alud, y te precipitarás desde la habitación vecina, simulando acudir en su ayuda. Le soltarás las manos de venas y nervios hinchados, permitirás que vean nuevamente sus ojos despavoridos , y te pondrás otra vez a lamer sus lágrimas y su sangre. ¡Qué auténtico es entonces el arrepentimiento! La chispa divina que existe en nosotros y que sólo muy pocas veces se revela, aparece demasiado tarde. Cómo rebosa el corazón al poder consolar al inocente a quién se ha hecho tanto daño: “Adolescente que acabas de sufrir dolores crueles, ¿quién ha sido capaz de cometer en ti un crimen que no sé cómo calificar? ¡desdichado de ti! ¡Cómo debes sufrir! ¡Si lo supiera tu madre, no estaría ella más cerca de la muerte, tan detestada por los culpables, de cuánto lo estoy yo ahora. ¡Ay! ¿Qué son entonces, el bien y el mal? ¿Son acaso la misma cosa que testimonia nuestra furibunda impotencia y el ardiente deseo de alcanzar el infinito por cualesquier medios, por insensatos que fueren? ¿O bien son dos cosas distintas? Si...es mejor que sean la misma cosa...porque de no ser así ¿Qué me ocurrirá el día del Juicio Final? Sagrado rostro, es el mismo que acaba de quebrar tus huesos y desgarrar esa carne que cuelga de diversos sitios de tu cuerpo. ¿Es acaso un delirio de mi razón enferma, es acaso un instinto secreto que escapa al control de mis razonamientos, y similar al del águila que desgarra su presa, lo que me ha impulsado a cometer este crimen? ¡Y con todo yo he sufrido a la par de mi víctima! Adolescente, perdóname. Cuando hayamos abandonado esta vida efímera, quiero que ambos formemos un único ser, tu boca íntimamente unida a la mía. Pero aún así mi castigo no será completo. Tendrás, además, que desgarrarme sin detenerte nunca, con los dientes y las uñas a la vez. Adornaré mi cuerpo con guirnaldas perfumadas para este holocausto expiatorio ; y entonces sufriremos los dos, yo por ser desgraciado, tú por desgarrarme...con mi boca unida a la tuya. ¡Oh, adolescente de cabellos rubios, de ojos tan dulces! ¿Harás ahora lo que te pido? Quiero que lo hagas a pesar tuyo, para que mi conciencia vuelva a ser feliz”. Después de hablar en estos términos, habrás hecho daño a un ser humano, pero al mismo tiempo serás amado por él; es la mayor dicha que pueda concebirse. Más adelante podrás internarlo en un hospital, porque el lisiado no podrá ganarse la vida. Un día te llamarán magnánimo, y las coronas de laurel y las medallas de oro esparcidas sobre el gran sepulcro ocultarán tus pies descalzos al rostro del viejo. ¡Oh tú, cuyo crimen no quiero escribir en esta página que consagra la santidad del crimen!, me consta que tu perdón fue inmenso como el universo. En cuanto a mí, todavía existo.
Isidore Ducasse, Conde de Lautreamont
miércoles, 20 de agosto de 2008
que quién soy...
Si, miserables, ¡son ustedes! ¡morirán como ratas! Conserven la calma, se los aseguro. Todo comenzara cuando los sometidos como yo los comiencen a atacar ya seriamente. Organizadamente. Ya veran! Lo digo en serio.
Y donde más les duele! Nosotros tomaremos el poder y nos armaremos contra ustedes, y ustedes sufriran y los indemnizaremos de todos los arrebatos, de todos los saqueos y de todos los cadaveres que han creado! De todos los oprimidos, de los desposeidos, de todos los explotados. Les diremos basta! Ya verán. Tengan cuidado. Los tenemos en el ojo, nos falta ponerles las balas.
miércoles, 13 de agosto de 2008
LO POPULAR
Alguna vez, alguien que sea dueño de fuerzas geniales, tendrá que realizar el ensayo de la influencia de lo popular en el destino de nuestra América, para, recién entonces, poder tener nosotros la noción admirativa de lo que somos.
Esta pobre América que tenía su cultura y que estaba realizando, tal vez en dorado fracaso, su propia historia y a la que, de pronto, iluminados almirantes, reyes ecuménicos, sabios cardenales, duros guerreros, y empecinados catequistas ordenaron: ¡cambia tu piel!, ¡Viste esta ropa!, ¡Ama a este Dios!, ¡Danza esta música!, ¡Vive esta Historia!
Nuestra pobre América que comenzó a correr en una pista desconocida, detrás de metas ajenas, y cargando quince siglos de desventajas.
Nuestra pobre América que comenzó a tallar el cuerpo de Cristo cuando ya miles y miles de manos afiebradas por el arte y por la fe, habían perfeccionado la tarea en experiencias luminosas.
Nuestra pobre América que comenzó a rezar cuando ya eran prehistoria los viejos testamentos y cuando los evangelistas habían escrito su mensaje; cuando Homero había enhebrado su largo rosario de versos y cuando el Dante había cumplido su divino viaje.
Nuestra pobre América que comenzó su nueva industria cuando los toneles de Europa estaban traspasados de olorosos y antiguos alcoholes; cuando los telares estaban consagrados por las tramas sutiles y asombrosas; cuando la orfebrería podía enorgullecer su pasado con nombres de excepción; cuando verdaderos magos, seleccionando maderas, con cavidades y barnices, sabían armar instrumentos de maravillosa sonoridad; cuando la historia estaba llena de guerreros, el alma llena de místicos, el pensamiento lleno de filósofos, la belleza llena de artistas, y la ciencia llena de sabios.
Nuestra pobre América a la que parecía no corresponderle otro destino que el de la imitación irredenta. No podíamos intentar nada nuestro. Todo estaba bien hecho. Todo estaba insuperablemente terminado.
-¿Para qué nuestra música?
-¿Para qué nuestros Dioses?
-¿Para qué nuestra ciencia?
-¿Para qué nuestras telas?
-¿Para qué nuestro vino?
Todo lo que cruzaba el mar era mejor y, cuando no teníamos salvación, apareció lo popular para salvarnos. Instinto de pueblo. Creación de pueblo. Tenacidad de pueblo.
Lo popular no comparó lo malo con lo bueno. Hacía lo malo y mientras lo hacía creaba el gusto necesario para no rechazar su propia factura y, ciegamente, inconscientemente, estoicamente, prestó su aceptación a lo que surgía de sí mismo y su repudio heroico a lo que venía desde lejos. Mientras tanto, lo antipopular, es decir, lo culto, es decir, lo perfecto, rechazando todo lo propio y aceptando todo lo ajeno, trababa esa esperanza de ser que es el destino triunfador de América.
Por eso yo, ante ese drama de ser hombre del mundo, de ser hombre de América, de ser hombre Argentino , me he impuesto la tarea de amar todo lo que nace del pueblo, todo lo que llega al pueblo, todo lo que escucha el pueblo.
Para prologar este libro de Héctor Gagliardi, pienso en su autor y me pregunto: ¿Es un poeta? ¿Es un payador? ¿Es un cantor? No lo sé. Pero sé, eso sí, que él canta y que su pueblo lo escucha, mientras poetas nacidos de esta tierra que no son de esta tierra, viven arrojando parvas versificadas con resonancias exóticas, al abismo sin eco de la cultura vanidosa que, para mayor desgracia, tiene, bajo la cruz del Sur, el estigma trágico de la esterilidad.
HOMERO MANZI
viernes, 8 de agosto de 2008
domingo, 3 de agosto de 2008
El Pellejito
Se afana por mantener su cuello en la clandestinidad -según dicen en reivindicación de su pasado montonero- pues luego de numerosas cirugías faciales son incontables los repliegues de piel, los pellejos colgantes, que asoman por sobre su ropa, debajo de su faz estirada. Esta parecía ser la mejor opción ante la propuesta de ocultarlos detrás de sus orejas, anudados en forma de moño.
La mitad de los cronistas dedicados a estudiar sus labores diarias la denominan por el apellido de su cónyuge, aunque en los altos círculos ilustrados se diga que la magia en su pareja no es precisamente digna de un espectáculo (si es que alguna vez lo fue).
Lo anterior, en realidad la incomoda bastante, pero no por la velada falta de acción sino por que la atormentan problemas de autoestima y doble personalidad a los que esta manera de referirse a su persona parecen enmarañar aún más.
A esta altura de su vida ya no encuentra consuelo en lo apetitos terrenales de la carne -a la cuál, por otro lado, es una de las pocas personas en este país que aún le saca provecho-.
Goza de sus paseos a lo largo de la residencia prestada -con alquiler gratuito, pagado por todos los demás habitantes del país- en la que se hospeda durante la semana.
Se le atribuyen ciertas fantasias dinásticas cuando simula, en su interior, reconstrucciones teatrales en las -con la peluca rubia calzada- se adjudica la impostura de cierta referencia pasada a la que le han dedicado películas y libros por cantidades industriales... Aunque aún era niña cuando eran sus próceres (la Eva y el General) los que la habitaban.
Hay quienes aseguran que interrumpe el silencio de las noches, desde los balcones, canturreando 'don´t cry for me Argentina', horrorizada por los sobresaltos que suele sufrir cuando despierta, desprevenida, junto a la cara malformada de su marido... con quien las malas lenguas dicen que la une mucho más o mucho menos que las razones sentimentales.
Jorge camina, ya sin sentir las piernas. Se aproxima a la estación que lo acercara a su casa. Tres hijas esperan ansiosas su llegada. Tiene a su cargo la cena, el almuerzo, el desayuno, la merienda. Desgastado por su larga jornada de trabajo, piensa también en útiles, guardapolvos y medicamentos.Suele recordar lo que era tener una entrada fija para el hogar, la tranquilidad a fin de mes. Rememora, al observar talleres textiles, su momento de trabajador asalariado. Cuando no lidiaba con los aprietes policiales ni con decretos que lo dejan sin lugar donde ganarse el pan.
El es un inmigrante, que vino como tantos otros en la historia argentina a trabajar para nuestro país. Pero su objetivo y el de sus compatriotas es muy distinto al de los inmigrantes de antaño.No vino a 'hacerse la America', a buscar un mundo nuevo. Vino de un país muy cercano en busca de su supervivencia y la de su familia. Tenía mucho en su país: estudio, vocación y voluntad de trabajar. Pero vino porque no tenía forma de sobrevivir, lo tenía todo pero en potencia. Acá no tiene nada, salvo la posibilidad de comer él y de dar de comer a su familia. Y todo esto lo tiene a cambio de dejar 10 horas diarias su salud y su tiempo, los mejores años de su vida, para que otros vivan como él no va a vivir nunca; para que otros disfruten del confort de los departamentos que construye a cambio de un par de chapas que no paran ni la lluvia ni el frío.}La mujer -cargada de tiempo libre-, mientras es asistida por su estilista, recuerda a través del espejo nostálgicamente cada pellejo arrancado de su rostro. Sí, también añora sus arruguitas. Podríamos decir que una arruguita en el rostro de una persona nació de una anécdota, de un año más en el mundo, de una historia, de momentos buenos o malos, porque son como las cicatrices, marcas profundas que se producen por la historia de las personas.
Paradójica pero razonable nos resulta la interrelación que mantiene la mujer con sus innumerables pellejos, los ya extirpados y los a extirpar. Y de hecho ella los ama y odia, por un lado, al extirparlos juega a contrarreloj por mantener estática, inmóvil -carente de vida- su condición actual, la cual le genera mucha comodidad y intenta de esa manera desconocer el carácter inevitable de los hechos que suceden, y por el otro, en el momento en que le hacen el brushing se pregunta por su verdadero rostro a su edad, sin modificaciones.
Ve su boca y a la vez piensa con cierta incertidumbre en la que crearon sus padres nueve meses antes de su impulsión al mundo. Pero prefiere deshacerse de esos planteos que le generarían a la larga más malformaciones en su rostro si es que se hace de este asunto un problema, por lo que concluye el debate consigo misma bajo la consigna de vivir al máximo durante 4 años y luego darse por jubilada y comenzar a cobrar indemnizaciones al resto de la sociedad.
Lo que ella ahora ve en su boca -y le resulta picardía de su parte- es la cantidad de bucales que ha realizado entre viajes al exterior en el ultimo tiempo. Más le llena de orgullo y hasta le excita la idea de saber que son bucales representativos y democráticos, son bucales para salir del infierno. Entonces se enorgullece, lo que da lugar a la relajación de sus músculos faciales viejos y entorpecidos sólo por dentro. En realidad esta mujer es una depravada ninfómana, la real encarnación de la señora de Saint-Ange creada por el Marqués de Sade en 'Filosofía en el Tocador'. Pero sin embargo es selectiva y estructurada a la hora de elegir a sus múltiples pretendientes y el parámetro especial no está dado a la buena de Dios.
El imaginario común que todos tenemos al hablar de depravadas ninfómanas es que la elección se basa en relación con el tamaño, color, anchura, textura o sabor de los órganos sexuales que ella impunemente se introduce en la boca y el resto total de orificios posibles, pero la señora es toda una ramera de vocación; neo-libertaria y exótica y prefiere realizar catación de billetera y capitales accionarios antes que distinguir el sexo y los géneros. En la distracción se resbala al cuello un chorro de saliva que la mujerzuela dejó caer con imprudencia pensando en esto último. Quería pasar por inadvertida, pero comenzó a ratonearse discretamente -no podía hacer mucho ruido frente a su asesora estilista- fantaseando en los próximos viajes.
Jorge todavía está volviendo a casa. Se embarra el calzado introduciéndose entre callejuelas apenas esclarecidas por lamparitas que cuelgan rústicamente de las precarias paredes de las casas. Esa oscuridad casi total las hace brillar en el paisaje como retazos de luz metidos en frasquitos. Allá en el barrio no hay muchos edificios, y los techos bajos hacen que el cielo se muestre por completo, aunque también a la vez hace al cielo de los vecinos del barrio mucho más lejos de la tierra que en el centro de la ciudad.
Él se preguntaba si todo esto tenía algo que ver con Dios, el tema del alejamiento del cielo en estos barrios. Quién iba a pensar que esa noche entera no dormiría, que llegaría encontrando a sus dos hijas en el intento de socorrer a la del medio, quien gritaba de dolor, con lágrimas en los ojos, convulsionada y herida por un balazo inintencional, que la ambulancia que llamarían nunca llegaría por considerar inseguros esos pagos, y que perdería una de las tres razones para vivir todos los días, viendo ante sus ojos que su querida hija se desangraría esperando a ser atendida en el hospital público menos lejano, hasta convertirse en cadáver, en cuerpo muerto, en otro pellejito de Cristina.